La vida interior de cada vivienda presiona por translucir su individualidad al exterior del edificio.
La heterogeneidad de estas situaciones acumuladas ha de gestionarse en positivo, permitiendo que fluya la individualidad pero incorporándose a la vez a la expresión representativa del edificio sobre la ciudad.
Esta doble lectura de elementos discretos dispuestos sobre un tapiz que los reúne y aúna, se encuentra en composiciones del arte contemporáneo, como la serie de óleos de paisajes abstractos fraccionados de Paul Klee. O, como sucede en el frontispicio de la Basílica de Arántzazu de Jorge Oteiza, donde cada apóstol ocupa su espacio modular, pero siempre dentro del marco de una expresión totalizadora, y desde una caracterización anónima.
Para posibilitar este doble objetivo entre intereses aparentemente antagónicos M+H recurre a una doble estrategia.
Por un lado, aglutinar los huecos de las viviendas en una superestructura compositiva estable entre llenos y vacíos que sobreviva a la aleatoriedad de disposición de los elementos accionables por el usuario tales como apertura de ventanas, cierre de persianas, incorporación de toldos, mobiliario de terraza…
Por otro lado, sobreponer en los huecos de ventana o frentes de terrazas, celosías fijas o móviles, que funcionan principalmente como filtro expresivo y como veladura de la intimidad basada en el efecto de contraluz, generando diversos recursos compositivos y constructivos que aportan un valor plástico en sus fachadas, e incorporando elementos de veladura u ocultación de maquinaria o de hábitos que, a menudo, el usuario acaba incorporando de forma anárquica en las fachadas a lo largo de la vida del edificio. Estas celosías constituyen además eficaces sistemas pasivos de control solar.